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Desde hace diez años el colectivo independiente Helena Producciones(1) le ha apostado a la construcción de dispositivos culturales que desborden estrategias tradicionales de gestión. El Festival Internacional de Performance, organizado por ellos desde su segunda versión en Cali en 1998, es una muestra de esta postura y se ha ido consolidando como un certamen relevante nacional e internacionalmente con el que sus organizadores no tienen miedo de experimentar y cuyas formas de funcionamiento han sido siempre cambiantes.(2) Esta forma de gestionar ha permitido que el Festival sea un lugar de encuentro en el que se revalúan nociones sobre la performance y las artes vivas, y se incluyen variadas prácticas performáticas. Ha evitado, a la vez, que este espacio se convierta en un reproductor de nociones tradicionales que se heredan sin mayor postura crí­tica, como ocurre a veces en eventos de este tipo. El Festival se ha visto siempre atravesado por imaginarios en torno al territorio en el que se localiza, la ciudad de Cali, mostrando además múltiples propuestas que han sido significativas para el campo del arte en el paí­s. Al ser un dispositivo que cambia y se acondiciona cada año este evento parece coherente con el tipo de prácticas artí­sticas que reúne, manteniendo además algo del espí­ritu contestatario y rebelde caracterí­stico de las manifestaciones artí­sticas no objetuales de comienzos de los años setentas que intentaban alterar la historia de la representación tradicional.

Esta séptima versión del Festival no fue ajena a la "apuesta por el error", que según Helena caracteriza sus producciones, y asistimos a un evento que afortunadamente resultó abierto, ambiguo e indeterminado. La invitación a participar se hizo en torno al "tema de las fronteras", aunque en la misma convocatoria se aclaraba que "como es usual en el Festival, la temática será libre". Como en festivales pasados, se invitó a "proponer un proyecto para ser presentado en la ciudad de Cali, en un espacio público, en una sala de exhibición o para formar parte de la jornada de performance". Entre los participantes estaban los que se presentaron a la convocatoria y fueron seleccionados por Helena, otros invitados directamente, (nacionales y extranjeros), y los conferencistas. Además se mantuvo la costumbre de invitar a curadores y gestores locales y extranjeros para que ellos a su vez trajeran participantes enfatizando con esto la propuesta de un festival que se define por la ausencia de una sola lí­nea curatorial. Tampoco faltaron las intervenciones no programadas durante el Festival. En total, alrededor de setenta artistas, diez conferencistas y público local y extranjero deambulaban por los diferentes espacios. Hubo charlas, conciertos, proyecciones de video, fiesta en el tradicional Hotel Aristi, y laboratorios de trabajo; el último dí­a se hizo la jornada de performance en unas bodegas abandonadas que alguna vez funcionaron como Harinera.

La variedad entre los participantes era evidente, en las charlas escuchamos a artistas, curadores, gestores, a activistas de los derechos humanos; en la jornada de performance habí­a una amplia gama de prácticas que incluyeron performance, danza contemporánea, conciertos, acciones varias, puestos de ventas de plantas medicinales, de impresos y de empanadas, etc.

En varias de las charlas se discutieron def