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Arte y Teorí­a
Arte de conducta: proyecto pedagágico desde lo artístico. Segunda parte.
Magaly Espinosa




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Muy cercana al enfoque de corte social se encuentra la obra de Adrián Melis, cuya singularidad consiste en provocar necesidades que satisfacen necesidades reales. Él construye su proceso artí­stico movilizando el comportamiento social, insertándose en la vida social por medio de un gesto que lo convierte en un mediador de ese comportamiento y de su forma de manifestarse.

La pieza Vigilia (2005) radica en la compra clandestina de tablones de madera a los vigilantes nocturnos de unas carpinterí­as estatales. Con ellos el artista construye una caseta que le servirá para cobijarse al propio vigilante en sus horas de trabajo. Él nos comenta sobre el propósito de la obra lo siguiente: "La posta estará situada en una zona favorable para el control de la actividad, de naturaleza similar al gesto que la creó, pudiendo ser empleada por el custodio"(2)

En el ví­deo que recoge todo el proceso, aparecen imágenes de la carpinterí­a, momentos en los que se tramitaba la compra, cómo se transportaban los tablones y a Melis construyendo la caseta. Cubrir las necesidades de una demanda social es el sentido aparente de la obra, pero este acto es solo una justificación para evidenciar las irregularidades laborales que la propia existencia social provoca.

Otra de los miembros del grupo, Grethell Rasua sustenta sus propuestas en procesos que parten de demandas sociales, pero por un camino diferente al de Adrián Melis. En la composición de sus obras ella relaciona varios elementos: toma en cuenta determinadas necesidades sociales como punto de referencia, su ingenio para convertirlas en un resultado estético, la forma en la que se articulan esas necesidades con la participación fí­sica del cliente, el precio que se debe pagar para que sea adquirido el producto, y una filmación que sintetiza los pasos de realización de la obra.

Por ejemplo, en la pieza Con tu propio sabor (2005-2006) creará un jardí­n de plantas para condimentar las comidas y plantas aromáticas, pero en su cultivo va ha intervenir como abono los excrementos de aquellos que solicitaron los condimentos o las plantas aromáticas. En su fabricación la artista mezcla en macetas individuales esos excrementos con tierra natural a partes iguales, posteriormente la riega con agua, sembrando las posturas o semilla. Todo ello permitirá que ellas crezcan en condiciones extraordinarias, dada la riqueza mineral del abono que participó en su germinación. Algunas, una vez cultivadas, se secan y muelen envasándole más tarde en un frasco en forma de polvo.

El ultimo acto de este proceso consiste en la entrega del producto a la persona que contribuyó con el abono y el pago que debe darse por ello. El proceso productivo concluye así­ de una forma peculiar, pues dicho producto del que forma parte la materia prima donada, vuelve al donante para darle sabor a sus comidas.

En su conjunto, la creación de esta artista se distingue por la ingeniosa selección de los elementos que intervienen en la preparación del contenido de sus obras y la forma singular de supeditar el campo de la artesaní­a al del arte, haciendo coincidir el gesto artí­stico que vitaliza e incita el sistema de apreciación y valoración social, con un enfoque particular sobre la inserción social del arte, ya que, tomando en cuenta la vida material cotidiana, potencia artefactos de esa vida dándole una bella solución a sus apariencias que estarán cerca de los gustos de quienes las van a utilizar.

Una variante de estos posicionamientos la encontramos en el duo formado por Celia González y Junior Aguiar. Próximos al camino de Melis y de Gretell conjugan la satisfacción de una necesidad social con el montaje de circunstancias seudo reales, que en su estado natural son underground. La demanda existe y la cumplimentan asumiendo aquellos roles a través de los cuales esta se puede consumar.

A través de la obra Contraseña VHS (2006) el duo reproduce las vivencias de los ciudadanos que tienen bancos clandestinos de alquiler de pelí­culas. Los artistas las graban y las distribuyen a través de un jubilado, que gana un por ciento de lo que se cobra por el alquiler de las mismas. Además de ser esta pieza la memoria de una actividad ilí­cita muy recurrida en Cuba, nos enteramos de la experiencia laboral pasada del distribuidor, la que se contrapone a su forma de ganarse la vida en el presente, pues él era miembro de los órganos de seguridad del estado. Son dos actividades ocultas que el gesto de los artistas emparientan, como si fuese posible un diálogo o una igualdad entre ellas. Es una verdadera manipulación del ingenio, que revuelve una realidad sobre una ficción haciéndolas a ambas igualmente creí­bles.

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