La Casa Encendida ,
05/06/2014 - 12/07/2014
Madrid, Spain
Crítica de la razón migrante (o del nacionalcatolicismo como ideología concentracionaria)
por Jaime Vindel
El modo de operar de esta exposición se ajusta al que enuncian de modo claro y conciso sus curadores, Carolina Bustamante y Francisco Godoy, quienes actúan como voces insurgentes en base a una simpatía biográfica con los temas abordados en la sala de la Casa Encendida de Madrid. Es desde esa simpatía que piensan a contrapelo de su uso en el lenguaje racista la potencia crítica de su condición de "sudacas migrantes" (1). Con el foco puesto en el Estado español, una de cuyas instituciones culturales acoge la muestra, se trata de generar una "herramienta para descubrir y señalar el artificio marcado por la incongruencia entre las políticas migratorias y las políticas económicas que siguen perpetuando coordenadas ideológicas coloniales" (2). En el diagrama de fuerzas que compone el recorrido de la exposición (desde la Crónica del extravío de Francesc Torres -ideada con motivo de la celebración del quinto centenario del "Descubrimiento" de América- a la acción de Runo Lagomarsino, More delicate than the historians are the map makers colours, de 2013) cobra gran centralidad la figura de Cristóbal Colón, símbolo del origen de la modernidad eurocentrada, de las estrategias de acumulación capitalista basadas en el sometimiento del otro. Lo hispano en su configuración nacionalcatolicista emerge como una matriz de sentido transhistórica que se despliega desde entonces hasta el tiempo presente en la confinación del inmigrante en tanto homo sacer (al que Agamben tipificara como aquel que no es sacrificable y al que cualquiera puede dar muerte) en los espacios de exclusión de un estado de excepción que se ha vuelto permanente: los CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros). Esa otredad, en este caso asumida por el cuerpo del artista, es la que atraviesa la performance de Coco Fusco y Guillermo Gómez Peña, que se exhiben como indios de una tribu desconocida (procedentes de una isla perdida del golfo de México, Guatianau) en ámbitos geográficos y culturales de la razón colonizadora (y colonizada) como el Covent Garden de Londres o la Plaza de Colón de Madrid. La propuesta de Fusco y Gómez Peña no hace sino actualizar el gesto naturalizado por la modernidad occidental en su aproximación al mundo colonial durante el período de la segunda Revolución Industrial. Por más que ésta tuviera un desarrollo menor en el ámbito español (y se produjera vinculado a las inversiones de capital foráneo), la política cultural patria no dejó de replicar en el contexto nacional la abyecta aproximación a las poblaciones autóctonas de las colonias que una cierta mirada antropológica había instalado en la psique de Occidente desde la eclosión de la modernidad capitalista. Así, a finales del siglo XIX, el palacio de Cristal del parque del Retiro acogió una serie de exposiciones en las que se mostró el presunto exotismo de tribus filipinas (1887), ashantis (1897) e inuits de la península del Labrador (1900), algunos de cuyos registros pueden verse en la muestra. La era del imperialismo de la que hablara Eric Hobsbawm adquiría así su idiosincracia singular en la modernidad hispánica. Siendo el origen del proceso global de acumulación capitalista, según se han encargado de señalar diversos autores, esa modernidad no supo readaptar su pujanza durante el primer capitalismo comercial a las bases productivas del capitalismo industrial, en buena medida por la pervivencia de las estructuras tardofeudales del Antiguo Régimen. Ese capitalismo industrial era invocado en los materiales de construcción del Palacio de Cristal: el hierro fundido y el vidrio del edificio madrileño remiten al Crystal Palace de Joseph Paxton, que en 1851, durante el transcurso de la Exposición Universal de Londres, se encargó de acoger las glorias técnicas y estéticas de la modernidad eurocentrada. Esta alianza entre desarrollo técnico y colonialidad estética opacaba, por otra parte, la dimensión genocida del "nuevo imperialismo", responsable por esos mismos años de ocasionar en diferentes zonas de Asia, especialmente en China y la India (3), las mayores hambrunas de la historia de la humanidad no vinculadas a un fenómeno "natural". Justo al mismo tiempo, por cierto, en que la ideología de época imprimía sobre las relaciones mundiales de producción e intercambio mercantil un sesgo no histórico. La otredad de la "razón migrante" tematizada por la exposición escapa, por otra parte, a su concepción como una abstracción vacía ajena al análisis específico de las relaciones sociales de dominación, de producción material y de reproducción de la vida de un determinado contexto histórico. Según ha mostrado Aníbal Quijano, en los países europeos la construcción de los Estados-nación modernos ha sido articulada en torno a una democratización de las estructuras sociales y económicas que dejaba al margen de la ciudadanía un afuera constitutivo: la colonialidad del poder derivada de la diferencia racial (4). Esa definición del otro racial era (y es) fundamental para sostener la visión eurocéntrica del progreso, asimilada a la sucesión histórica de los modos de producción (un evolucionismo etapista que las versiones más teleológicas del marxismo reprodujeron a la sombra de la ortodoxia estalinista), en la medida en que requiere delimitar una exterioridad colonial cuyo espacio contextual invalida esa interpretación de la historia: Quijano subraya que en el caso de América Latina todas las relaciones de producción-explotación (del esclavismo al asalariado) habrían convivido en un mismo espacio-tiempo. Por eso la presencia de esa otredad racial bajo la figura del migrante amenaza no las estructuras materiales de las sociedades occidentales (como se pretende inculcar desde las políticas del miedo promovidas por los medios de comunicación), en buena medida dependientes de esa fuerza de trabajo, sino su autopercepción histórica, en la que la idea de progreso sigue impulsando hacia el futuro el olvido de un pasado ruinoso. La invisibilidad del trabajo migrante es especialmente acuciante en el ámbito doméstico. Con la conversión en papel mojado de la ley de dependencia publicitada -que no financiada- por el último gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, un creciente volumen de los trabajos de cuidados en el Estado español ha sido asumido por mano de obra inmigrante a la que se le niega no sólo la posibilidad de legalizar su situación laboral, sino el acceso a servicios sociales tan básicos como la sanidad pública. En efecto, el actual gobierno neoliberal del Partido Popular ha retirado la tarjeta sanitaria a las trabajadoras no regularizadas, con lo que cualquier atención médica lleva aparejada el pago de facturas por un monto generalmente inasumible para este sector de la población (5).
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