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Going Public – Telling it as it is?


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We could have had it all by Itziar  Barrio


We could have had it all by Itziar  Barrio


We could have had it all by Itziar  Barrio





We could have had it all by Itziar  Barrio

European Network of Public Art Producers,
22/03/2012 - 24/03/2012
Bilbao, Spain

Going Public – Telling it as it is?
por Jaime Cuenca

El segundo problema que se presenta en este punto es que no todo el arte localizado fuera de las instituciones artísticas tradicionales puede incluirse dentro de lo que se entiende habitualmente como arte público. El ejemplo más claro es el del monumento. En efecto, los monumentos que llenan nuestras ciudades son obras de arte y se yerguen fuera de museos y galerías, al aire libre y en suelo de titularidad pública. Pese a reunir todos estos requisitos, los monumentos no son arte público en el sentido contemporáneo que aquí interesa. Si algo no hacen las organizaciones que integran la ENPAP es precisamente erigir monumentos. Más aún, cabe decir que buena parte de sus propuestas se caracterizan por ser conscientemente anti-monumentales. En la lectura inicial del simposio, Claire Doherty (Situations) afirma que las organizaciones involucradas tienden a desechar la producción de obras permanentes y fijas y a propiciar la organización de programas continuados que evolucionen en el tiempo (tales como series de encargos y residencias, por ejemplo). Aunque Doherty apunta a motivos de producción más bien incidentales, creo que esta tendencia revela algo más importante acerca de lo que se entiende por arte público.

Desde siempre, los poderes establecidos han hecho erigir monumentos en los que ponían el arte al servicio de su propia legitimación. Levantando monumentos en los lugares más prominentes del paisaje urbano lograban capitalizarlo en su beneficio por medios estéticos. No es hasta comienzos del XX cuando algunos artistas comienzan a sentirse incómodos con esta situación y a retar las formas clásicas de la escultura monumental: deformando la figura primero y dando luego el paso a la abstracción. Parecía que la escultura se resistiría así a su uso instrumental por parte de los poderes públicos; nada más lejos de la realidad, sin embargo. La escultura abstracta o de cualquier otro tipo se insertó sin problemas en la lógica del monumento y siguió funcionando con la misma eficacia. No hace falta una estatua del poderoso para que este se beneficie de una apropiación del paisaje urbano por medios estéticos, el mero énfasis aurático de una obra abstracta, privado de contenido, aporta hoy el prestigio suficiente al gobierno que la instala o el banco que la paga. La escultura pública, en fin, ha perdido en buena parte la capacidad de resistirse a estos procesos de capitalización del espacio común: o bien se somete a los mismos o bien deviene mobiliario urbano. Así, cuando la ENPAP afirma no reconocerse en la lógica del monumento, está contribuyendo a delinear con mayor exactitud lo que debe entenderse por arte público. Por esta vía quizá sea posible hacer decir al concepto algo más de lo que actualmente dice, así como moderar las ambiciones de lo que quiere decir. Pero hace falta un paso más para entender adónde conduce esto.

Decía arriba que no todo el arte que se localiza fuera de las instituciones artísticas tradicionales es arte público en el sentido que aquí importa. Los monumentos, por ejemplo, no se incluyen en esta categoría. Pues bien, es importante caer en la cuenta de que hay otro vasto conjunto de propuestas artísticas que caen fuera del concepto. Se trata de todas aquellas que se sirven de medios estéticos para maximizar un beneficio económico privado a partir del espacio urbano común. Esto puede suceder de varias maneras: los medios estéticos pueden convertirse en recurso publicitario para incrementar las ventas de un producto o servicio, o bien pueden contribuir al aumento del valor del suelo en el seno de una operación de regeneración urbanística, o bien manifestarse en la forma de un evento cultural que atraiga el turismo. En cualquiera de estos casos el arte sirve como un medio para "marketizar" el espacio común, es decir, convertirlo en una mercancía de cuyo intercambio se obtiene beneficio económico. En esta lógica, las propuestas artísticas deben contribuir a agilizar el flujo de consumidores hacia los centros de consumo o el de visitantes hacia los destinos turísticos o el de habitantes pudientes hacia un barrio recientemente regenerado, y deben incrementar por tanto, con estos flujos, la generación de réditos económicos para los inversores. Cuando una manifestación artística de cualquier tipo se subordina a estas intenciones –u otras similares–pasa a funcionar como un lubricante exótico de los dispositivos productores de capital. Esto tiene un nombre, y no es "arte público" sino marketing. Es evidente que las organizaciones que conforman la ENPAP no conciben su trabajo como marketing. Baste con recordar que, según Claire Doherty, el arte público debe estar comprometido con una agitación crítica del lugar y la comunidad en que se produce.

En definitiva, como se ha visto, la localización "espacio público" (entendida como "fuera de una galería o de un museo") no basta para delimitar el arte público; hay al menos otras dos manifestaciones estéticas que la comparten: los monumentos y ciertas formas de marketing. Estas dos lógicas de intervención en el "espacio público" funcionan, en el fondo, de un modo muy similar: se apropian de lo común por medios estéticos para la producción de un capital político o económico. Usando la oportuna distinción que proponen Hardt y Negri, el marketing trabajaría para la esfera de lo privado y el monumento para la esfera de lo público, mientras que el arte que aquí se trata de delimitar se ocuparía de la categoría restante, la de lo común. Aparece así a las claras la engañosa carga que acompaña al adjetivo "público". Se olvida que lo público refiere a una forma de propiedad tanto como lo privado y que, si bien la propiedad pública pertenece formalmente a todos, no deja de ser a menudo patrimonializada por los representantes de la ciudadanía. Son ellos quienes se benefician a título personal del prestigio que produce la lógica del monumento y lo convierten en capital político. En cuanto al marketing, claro está, busca por definición la producción de capital económico. En ambos casos se parte de algo común –el paisaje urbano, las relaciones sociales de un barrio o un lenguaje artístico, por ejemplo– que es apropiado por unos pocos en su beneficio. En estos tiempos en que los europeos ven cómo sus representantes desmantelan el Estado del bienestar, salta a la vista el entusiasmo con que lo público colabora en la apropiación de lo común por parte de particulares. "Público", entonces, no debe ser el adjetivo para un arte que se oponga a las lógicas del monumento y del marketing. Éste será un arte de lo común.



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