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El D_efecto barroco


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Escuderías by El D_Efecto        Barroco


Iconoclastias. Archivo F.X. by Pedro G.       Romero


The award by David       Blanco


Mexico vs. Brasil by Miguel       Calderón






Mexico vs. Brasil by Miguel       Calderón

Centre de Cultura Contemporánia de Barcelona,
09/11/2010 - 27/02/2011
Barcelona, Spain

El D_efecto barroco
por Joaquí­n Barriendos

I

El D_Efecto Barroco nos recibe con un pequeño monitor en el que se observa la siguiente secuencia: una toma abierta nos muestra el interior de la galerí­a absidial de estilo inconfundiblemente neoclásico español proyectada por Juan de Villanueva en 1786 y que hoy se conoce como la sala 12 del Museo del Prado. En las paredes descansan cuadros de diversos tamaños los cuales flanquean a Las Meninas de Diego Velázquez, situado en el centro geométrico del salón a manera de altar. Como si hubiera estado ahí­ durante toda la modernidad, un hombre permanece inmóvil frente al cuadro haciendo las veces de modelo y de espectador contemporáneo de Velázquez. Al tiempo que la cámara comienza un travelling lento y torpe hacia el centro del salón se escucha una música de fondo exultante, pero ordenada y contenida. Es una música estrictamente clasicista, esto es, de formas virtuosamente racionales en los más puros términos mozartianos. Como si fuera el propio Felipe IV retrotraí­do del siglo XVII, el hombre del fondo desprende su mirada del cuadro, se gira y avanza parsimoniosamente hacia nosotros. A la mitad del salón, hombre y cámara se interceptan; en ese momento la música se difumina, no de manera contrastada y patética como tocarí­a al estilo barroco sino más bien de manera consecuente e imperceptible, como corresponde a las formas clásicas. Al fondo quedan Las Meninas y en primer plano el hombre, Felipe de Borbón, prí­ncipe de Asturias quien, convertido en guí­a de museo y experto en historia universal del arte, colma de esplendor y actualidad al pintor sevillano y nos introduce a la muestra Velázquez, organizada por el Museo del Prado en 1990.

¿Cómo debemos interpretar estas infiltraciones neoclasicistas o antibarrocas en el documento inaugural de una exposición que plantea que lo barroco no es un estilo artí­stico ni un ethos cultural sino una manera abigarrada, decadente, defectuosa y engañosa de hacer polí­tica, destinada a alimentarse de su propio fracaso y de la instrumentalización de la cultura para garantizar la continuidad del mito de lo hispano? Puestos a ser estrictos con los argumentos de la muestra deberí­amos deducir de lo anterior que, en la polí­tica barroca hispana, todo neo-clasicismo o antibarroquismo es un ademán barroquizante, esto es, una apoyatura para continuar la dominación y el engaño a través de la gestión de la imagen, la forma, la saturación y el mestizaje. Lo que tenemos en El D_Efecto Barroco es entonces el relato de lo hispano como un barroco numantino obcecado en manipular el contenido polí­tico de la forma. El edificio neoclásico que sirve de contendor a nuestro prí­ncipe guí­a del Museo del Prado y al cuadro de Velázquez se nos muestra como ‘barroco’ no por la tergiversación de sus formas sino porque la polí­tica de lo barroco parece estar habilitada para volverlas imperfectas y defectuosas; para garantizar la continuidad de un estilo exaltado y ostentoso de hacer polí­tica (cultural).

Desde este punto de vista la tesis de El D_Efecto Barroco es, sin lugar a dudas, sugerente: se nos encomienda a interpretar el relato de lo barroco como la marca estructural (esto es, como el defecto constitutivo) no sólo de las polí­ticas de la imagen hispana sino de la forma misma de hacer polí­tica en el mundo hispano (excepcionalidad negativa en la que la polí­tica cultural española se distinguirí­a por su deformidad y teatralidad). En el catálogo de la muestra podemos leer lo siguiente: "El barroco se fundamentó como fuente de lo hispano precisamente por su capacidad para esconder el conflicto, pero no para dirimirlo. Y se alzó como discurso identitario por su supuesta habilidad para una integración social aún lejos de divisarse. No hay, pues, una cultura barroca, sino una polí­tica barroca". Ahora bien ¿qué consecuencias conlleva el designio de extirparle a la teatralidad barroca toda su capacidad crí­tica para poder desmontar la marca hispana, esto es, para superar sus defectos? ¿En qué laberinto nos vemos inmersos cuando aceptamos que lo barroco es un espacio apolí­tico o al menos polí­tico sólo en sus formas? ¿Tiene esta tesis las mismas consecuencias para lo barroco visto desde España que para lo barroco visto desde Latinoamérica?

II

Una ví­a posible para responder a las preguntas que se derivan del barroco numantino que creemos encontrar en la exposición es pensar el problema de lo español y el de lo latinoamericano por separado y no bajo la licuadora de lo hispano ya que, como es sabido, si bien la hispanidad españolista (desde finales del XIX y en ambos lados del mundo) intentó que la vieja problemática del ser español se naturalizara como una problemática supranacional única e idéntica para todos los hispanos, el dilema del ser no-hispano americano nunca se aceptó en España como un problema propio del ser español. Hay aquí­ una doble direccionalidad asimétrica que necesita ser tomada en cuenta antes de sacar conclusiones de esa especie de comunión estética trasatlántica sugerida por la deformidad ecuménica del barroco hispano. Desdibujando dichas asimetrí­as, lo barroco parece operar en la exposición como un cordón umbilical irrompible que ata y estrangula por igual a la polí­tica y al demos en ambos lados del Atlántico. Una vez más en el catálogo podemos leer lo siguiente: "De entre las genealogí­as construidas en los paí­ses hispanos para definir identidades y memorias, la barroca ha sido la más duradera, extendida e influyente. Sobre ella se han fundamentado éticas y teorí­as de Estado y de cultura, con el objetivo de conceder a lo hispano una carta de naturaleza singular y excepcional: «Somos así­»". Es por ello que, inmersos en el relato del D_Efecto Barroco, el único hilo de Ariadna con el que contamos para poder salir del laberinto (esto es, para poder desmontar el engaño de la imagen hispana) es la desbarroquización de la polí­tica. El estribillo de prensa de la exposición es explí­cito en este sentido aunque lo haga bajo la forma de un trabalenguas: "Lo hispano está embarrocado. ¿Quién lo de desembarrocará? El desembarrocador que lo desembarroque buen deshispanizador será".

Visto desde el verso, el programa polí­tico del trabalenguas es claro y contundente: sin desbarroquización no hay desmontaje del mito hispano, es la condición sin equa non de una polí­tica anti-monárquica, anti-espectacular y anti-hispanista. Ahora bien, si le damos la vuelta y lo vemos desde el anverso, la hipótesis se torna problemática: la crí­tica de lo hispano «desde» lo barroco está destinada por defecto a ser vacua y ornamental, por lo que sólo desengañándonos del embeleso de lo barroco (en tanto que forma polí­tica defectuosa) lo hispano perderá su razón de ser dando paso a formas de gobierno menos patológicas, menos engañosas y menos deformes. En el preámbulo del catálogo de la muestra (y no sin cierta nostalgia del iberoamericanismo post-1992) el

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