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Arte & Espacio Social
El Primer Matrimonio Gay en Ecuador: Una Colaboraciòn Arte-Derecho. Parte 1
Marí­a Amelia Viteri




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Elizabeth: Cuando se provoca una paradoja jurí­dica, se logra subvertir la juridicidad en el nivel de la lógica y eso es particularmente potente. Si comparamos este UAD con la unión de hecho del 2004, éste va un paso más allá. El contrato del 2004 usaba creativamente una institución pero respetaba a rajatabla la estructura de la sociedad mercantil y los principios del Derecho Civil. En cambio, en el “matrimonio técnico” que Joey y Hugo contrajeron, son las fronteras y principios mismos del Derecho Civil los que se cuestionan: ¿qué es “hombre”?, ¿realmente es tan sólida esa categorí­a civil?, ¿no rebasará la complejidad humana las fronteras de una institucionalidad sexuada en binario?

Pero hay otra diferencia entre este y el UAD del 2004 y es el nivel de diálogo con el arte. Todo uso alternativo del Derecho tiene un grado de creatividad y un elemento performativo importante. Pero el proyecto del matrimonio, además, fue explí­citamente planteado como una colaboración “Arte-Derecho”. En el 2004, pocos fuimos testigos de la performatividad desplegada ante el notario. Mi idea era que el UAD del matrimonio fuera mucho más público y así­ generara un impacto polí­tico, estético y mediático mucho mayor.

Una colaboración artí­stico-jurí­dica de la magnitud de este matrimonio sólo fue posible gracias a la acción conjunta de la “pareja” Proyecto Transgénero y TransAction Theatre; la pareja Joey — Hugo y el equipo de trabajo compuesto por Ana Almeida, Hugo Vera, Elizabeth Vásquez, Joey Hateley, Brigitte Greenham (compañera/ amante de los esposos), además de los artistas que participaron en determinados productos y momentos especí­ficos del proceso. Fue como si todos nos casáramos.

El modo en que Joey Hateley practica el arte es muy compatible con el modo en que yo practico el derecho. Para mí­, él es un alternativista en su campo, aunque no sea esa la palabra que él use para nombrar su práctica. El alternativismo requiere un dominio sólido de la lógica y la técnica de la disciplina que se quiere subvertir, porque sólo conociendo muy bien las reglas es posible romperlas fulminantemente. Joey hace eso. Por ejemplo, Joey está entrenado en ópera y es esa precisamente la técnica que le permite alcanzar unos registros muy masculinos y otros muy femeninos al cantar. Esto, a su vez, le permite hacer “terrorismo de género” con la voz. Pero la ópera no fue pensada para hacer terrorismo de género, del mismo modo que el derecho mercantil no fue pensado para legalizar uniones de hecho entre gays. El alternativismo es eso. Es volcar técnicas clásicas en usos no ortodoxos.

Marí­a Amelia: ¿Puedes ampliar un poco más sobre tu interés por abordar problemáticas de justicia social?

Joey: Cuando estaba en la universidad creé performances feministas que vinculaban mi identidad subyugada con otras personas y grupos marginados, puesto que la opresión siempre se interconecta y se cruza… Resulta imposible hablar de género sin raza, o de sexualidad, de clase y de discapacidad sin nacionalidad. En vez de ponerme a leer acerca de las polí­ticas de afiliación en la teorí­a académica y crear performances polí­ticos experimentales al respecto, me puse a trabajar como profesor de arte dramático en una escuela grande de clase obrera y posteriormente cursé una licenciatura sobre cómo educar a la gente joven acerca de género y diversidad a través de las artes dramáticas. Después me dediqué a hacer teatro independiente con gente discapacitada, refugiados, jóvenes “en riesgo”, o artistas de hip hop, así­ como con actores miembros de la Royal Shakespeare Company, en escuelas y en conferencias. Me di cuenta que cambiaba y me adaptaba continuamente en función del contexto y el grupo cultural con el que estuviera trabajando, como un camaleón sociocultural relacionando las problemáticas, experiencias y opresiones marginadas en formas tangibles y prácticas. Empecé a sentirme frustrado con el performance sociocultural experimental de predicar a los conversos, puesto que no parecí­a lograr cambio alguno en el “mundo real”. Si nos ponemos a pensar en el diálogo feminista intercultural desde el arte progresista, activismo, agenciamiento o teorí­as de cambio social, éstos pueden parecer inspiradores y bellos, pero en la práctica puede ser una labor dura, difí­cil e increí­blemente desagradable. Como los activistas artí­sticos, trabajadores sociales, jóvenes o trabajadores en artes dramáticas, no se nos escucha, no se nos valora, no se nos paga o no se nos proporcionan fondos para trabajar con sectores en desventaja. Tenemos menos prestigio social y seguridad laboral que los que escriben o enseñan en medios académicos acerca del trabajo que realizamos.

Elizabeth: El encuentro intercultural, además, puede ser bastante doloroso.

Joey: Tengo cicatrices.(6)

Elizabeth: Sí­, tienes cicatrices que lo demuestran.

Joey: La polí­tica de afiliación intercultural constituye el opuesto de dividir y dominar. Se trata de personas de distintas subculturas que se dedican a aplicar las teorí­as feministas en la práctica, a buscar aliados en todos los ámbitos de la vida, inspirarse, compartir, invertir en y expresar creativamente las perspectivas marginadas.

Como actor, reflejo y dialogo con toda conciencia con las experiencias de mis comunidades, y transito entre distintas perspectivas y papeles tanto en el escenario como en la vida real. Si mi identidad es relacional, siempre cambiará dependiendo de quién se está dirigiendo a mí­ en relación al contexto (sub)cultural en el que me encuentro. Si lo trans se puede ver como la subversión de un estado mental (y corporal), entonces soy un nómada que transita entre distintas identidades de muchas maneras. Si llevo puesto un traje, me tratan de otra forma que si visto mi ropa de patinador, que si estoy en un taller de hip-hop, que si me veo profesional, que si les estoy dando clase a niños, o si ando travestido. Cambio constante y conscientemente en función de dinámicas interpersonales complejas, matizadas por múltiples contextos tales como clase, raza, o contextos (inter)nacionales y geográficos, y para mí­ eso es trans de por sí­. Lo trans es un estado mental (corporal) que utiliza el poder o sistemas en forma subversiva, internamente, para resaltar la falacia o las fallas en el sistema mismo. Lo trans es una subjetividad transitoria que conecta los puntos subversivamente y cambia de forma continuamente en relación al contexto para moverse entre identidades encasilladas. Tanto como una identidad, lo trans es una suerte de conciencia polí­tica que implica recurrir a las polí­ticas de afiliación al subvertir las perspectivas establecidas, como un estado mórfico de ser sociopolí­tico que cruza múltiples comunidades. Lo queer quizás se entiende más de esta manera en el occidente, mientras que lo trans todaví­a es visto de manera más esencialista, lo cual no tiene sentido para mí­, porque muchas veces la gente trans busca subvertir las nociones esenciales basadas en el cuerpo y las narrativas de identidad.

Marí­a Amelia: A lo largo de tu experiencia y tu trabajo, tu concepto de trans no sólo no parece adecuarse a los puntos de vista convencionales, sino que confronta la forma en que la gente trans —la gente trans tradicional — se define, a la par que muestra la forma en que el movimiento social tradicional GLBT suele definir el concepto trans --tanto aquí­ como en Inglaterra y en los Estados Unidos.

Joey: El transexualismo puede ser increí­blemente asimilacionista, manteniendo los binarios en formas tradicionales, mientras que el “transgenerismo” se relaciona más con el término “gender-queer” (“género-disidente”) en Inglaterra. Me identifico como trans de manera parecida a lo que Judith Halberstam denomina como fémina nomádica, relacionado con la forma en que Rosi Braidotti se refiere al nomadismo, como un sujeto cambiante y múltiple que evita ser etiqueta

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