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Prácticas Curatoriales
Reporte desde Rosario, Argentina
Roberto Amigo




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Esta idea dominante de las redes, instaladas en los muros, se afirma aun más en La enfermedad es la ruta, mil píldoras, de formas variables, coloreadas y transparentes, con una inscripción horaria. El tiempo presente como nostalgia se transforma aquí en registro doloroso, en precisión farmacológica. En otra instalación, Claudia del Río presentó pequeñas telas blancas bordadas con leyendas recortadas de las noticias policiales de los periódicos. Estas telas remiten, posiblemente, a los pañuelos bordados de las Madres de Plaza de Mayo, sugiriendo, tal vez, que todo crimen es un crimen político.

Carlos Trilnick es uno de los primeros artistas argentinos que optó por las nuevas tecnologías. Aunque nacido en Rosario, entre 1977 y 1983 estuvo radicado en Israel, donde realizó sus estudios. En su obra ha activado ciertos tópicos de la cultura argentina como el paisaje pampeano, sacándolo del olvido del arte tradicional de la pintura de paisajes y de su representación mimética para generar un escenario irreal y, paradójicamente, reconocible.

La obra pictórica de Daniel García es una larga pregunta sobre la iconicidad con la representación de símbolos, objetos y rostros resueltos de manera sintética y lectura ambigua. Durante el mes de marzo de 2003, Daniel García expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Ciudad de Buenos Aires, una inquietante muestra: representa objetos de juego sexual, de bondage. No sólo presenta objetos de juego sexual dominando la tela como iconos –en algunos sus títulos son de sutil ironía como Abstracción lírica– sino que utiliza las paredes del museo como soporte de papeles de embalar o de empapelado de pared. Este último remite a los hoteles baratos, donde esas prácticas sexuales pudieran ocurrir; no sólo actúa como un contraste visual entre las texturas y los diseños de esos papeles de pared con la imagen del objeto sexual, asumido como fetiche y reiteración, sino que también insinúa una narrativa. Así la obra pictórica de Daniel García comienza un nuevo rumbo, abierto a la interpretación. Tal vez, por ello el consciente contraste entre la fragilidad del soporte y la fuerza reiterada de una misma imagen.

Nicola Costantino ha realizado una obra de impacto en el espectador a partir de desplazar significados culturales como la comida de animales –en un proceso de la taxidermia inicial a calcos de resina de nonatos y chanchitos–, un desplazamiento que, sin embargo, no apunta a cuestiones morales sino simplemente a señalar las perversiones ocultas de los actos culturales. A principios de la década del noventa realizó una inquietante perfomance Cochon sur Canapé en la que sobre una cama de agua colocó un cochinillo y pollos asados que los espectadores devoraron con ansiedad, rodeados de pollos y conejos embalsamados. La evolución de esta idea ha sido compactar y armar tuberías que recorren los muros de nonatos de potrillos y terneros en resina poliéster. La crueldad inicial está sumida en el distanciamiento que produce el pulcro diseño serial de los objetos. Más inquietante es el diseño de indumentaria y accesorios (carteras, zapatos) con símil piel humana. En el diseño se reiteran tetillas masculinas, anos y ombligos, a veces cabello verdadero como en un sugerente abrigo (que la artista en algunas ocasiones viste). Paulo Herkenhoff (Nicola Costantino, Museo Castagnino, 2001) ha señalado con acierto que la obra de Costantino se aleja de la retórica del cuerpo tradicional en el arte argentino para inscribirse en una historia del arte como historia de la piel. Sin embargo, la obra de Costantino se inscribe en una tradición de mayor alcance, la del horizonte rural argentino y sus connotaciones "bárbaras": la del carnear animales y la de la fabricación artesanal de aperos y utensilios con la piel del enemigo en las guerras civiles del siglo XIX.

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